TA MEGALA
Fernando Solana Olivares
Viernes 13. 10:30 a. m. La ciudad hierve tal cual es: inabarcable. Y ello asusta un poco a este hombre que vive en el campo. Pero se encomienda a la divina providencia, fórmula infalible para que ocurra lo que de todos modos ocurrirá, y así acepta su suerte parando en la calle aquel taxi que le parece más confiable. Al subir se relaja: el chofer no es un facineroso sino un honrado trabajador que lo conduce velozmente a su destino.
11: 00 a. m. Está en una oficina reunido con el jurado del cual forma parte y que deberá discernir un premio de ensayo teatral. Hay casos donde el Logos sí es común a todos, como esta vez, cuando los cuatro jueces coinciden naturalmente en el primer lugar del concurso. Luego viene un tejido más fino de discusión sobre las menciones, y el primer acuerdo permite los siguientes acerca de los trabajos que merecen publicarse. No es el tema que este hombre se extienda en consideraciones sentimentales, pero piensa que la cultura mexicana, un tanto descascarada y heroica en su pobreza, sostiene de muchas maneras todavía al país.
2:45 p. m. Después de abordar un nuevo taxi tripulado otra vez por un chofer decente, este hombre llega a la casa familiar para visitar a un pariente anciano y muy enfermo. Se entera del complejo y costoso tratamiento médico que sólo le permite mantenerse así hasta que su cuerpo y su mente y su economía lo soporten. “¿Por qué es tan cara la medicina?”, pregunta el visitante delante de sus afligidos allegados. Y contesta: “Porque no sirve para nada. El altísimo precio que tiene solamente oculta su inutilidad.” “¿Verdad que sí?”, indaga el maltratado anciano. “Sí, abandona el tratamiento y muere en paz”, le aconseja. Entonces sabe que está precipitando un final.
5:45 p. m. Un director de teatro lo invita a presenciar el ensayo de “Un corazón simple”, el cuento más bello de Gustave Flaubert, que sus alumnos de actuación están montando. Este hombre se rinde una vez más a la magia irresistible del teatro, uno de los consuelos necesarios que hay en la vida. Y al campo de fuerza que crea la palabra del gran galeote del estilo contando la vida y la muerte de una simple criada, su humildad y su iluminación. Piensa que estos artistas, lo sepan o no, conservan, repitiéndolo para ellos y para unos cuantos, la gramática de la pertenencia universal, y cavila que la oscuridad de la época no es tan densa gracias a acciones como las suyas. ¿Qué sacan ellos de esto? Todo y nada. Anticuerpos para el espíritu, reconstituyentes de la sociedad.
8:27 p. m. La amistad, dijo Esquilo, esa sombra de una sombra. Pero luego no es la situación, como ahora que este hombre cena en la casa de un matrimonio amigo con el cual deja asentado un tópico cuya causa eficiente es tanta enfermedad y muerte como los rodean: ¿existe algo después del final? Pura metafísica. Los paisajes cambian pero las preguntas no, y ciertos viejos camaradas se suelen permitir las confianzas que constituyen la amistad:
—Me siento curiosamente indiferente a esas devastaciones.
—Mi interés ha emigrado a distintas zonas.
—Sigo lo otro, la cosa que está cruzada, del otro lado.
Sábado 14. 10:00 a. m. La fortuna va a su lado: este hombre encuentra aún indemne a uno más, su precario familiar empecinado y obseso, al pie del cañón. El suyo es un cuartito delirante, atiborrado, que ningún escenógrafo sería capaz de repetir. La suya es una vida a contrapelo donde todas las formas de la normalidad están colapsadas. No es entonces todavía la hora de sacarlo de la encerrojada atalaya donde vive en la azotea, dada su inmovilidad creciente y el perentorio diagnóstico para su estilo existencial: loco. ¿Y quién —piensa el hombre— verdaderamente no lo está? Hoy la ciudad descansa un tanto de su vértigo endiablado y el viajante nada más vive en ella su personalísimo purgatorio. O sea, la irreparable familia samsárica en la lotería consanguínea de cada cual.
12:00 a. m. A esta hora, transitando por el Ángelus del mediodía, el hombre se encuentra con un monstruo sagrado, Ludwik Margules, único personaje de nombre propio en su cronograma, al cual va a entrevistar. El viejo guerrero del teatro se encuentra postrado pero se comporta fiel a sí mismo, lacónico porque entre la mente que formula, la suya solía ser un admirable torbellino, y la boca que dice, la suya solía ser un látigo legendario, se ha instalado una distancia cruel. “Que no sea otro quien ha de ser él mismo”, piensa el hombre viendo con ternura a este coloso cuyo cuerpo, no su espíritu, está afligido por la enfermedad. La batalla, la batalla, la batalla, repite una y otra vez, imperativo, como si fuera un mantra, cuando el hombre lo interroga sobre el sentido de la vida, sobre la mirada de la muerte, sobre la forma de lo mistérico que hay más alla. Pura metafísica, espeta el maestro. El gran problema de lo uno y lo múltiple no está en ninguna región intangible sino en la humanidad real, en sus urgencias y dificultades: “El éxito no se mide salvo por la fidelidad al esfuerzo por hacer en torno de uno el mundo menos duro y más humano.” ¿Lo dijo De Chardin o Margules? Lo mismo da: el hombre sabe que toda verdad es un patrimonio colectivo y que los poetas de la escena, como éste, en los días impíos preparan días mejores. Enseguida el maestro dormita envuelto por sus aflicciones físicas, muerto de vida y no vivo de muerte.
6:00 p. m. Este hombre presencia una obra de teatro donde interviene su hija, una joven actriz. No importa tanto el libreto de esas ocho historias de cantina —realistas, elementales y vívidas— como la acción misma que ocurre en el proscenio y suspende el tiempo, altera la cognición, modifica la conciencia. “La vida sin el teatro sería un error”, se dice, acomodando una frase de Nietzsche para su beneficio. Y entonces repara que las cuentas de su propia vida están cumplidas en ella, en esa hija que conoce el milagro de la transformación, que sale de sí y se convierte en otras mujeres, las cinco caracterizaciones que la obra le exige, y agradece al genio de la especie, si algo como tal existe, que algunos seres conozcan y ejerciten en ellos la psicología de la mutabilidad. De acuerdo: los seres humanos son un puñado de polvo y la vida una violenta tempestad. Pero en esta oscura desbandada sólo cuenta el valor de la intención estética que ahora, en un foro semicircular, abruma, hace reír, exalta y conmueve a cincuenta espectadores convertidos durante hora y media en seres sin nombre propio ni biografía personal. “Somos nadie y vamos a ninguna parte”, piensa el hombre, sentado en la oscuridad incandescente de la imaginación teatral.
Domingo 15. 2: 00 a. m. Antes de sucumbir al sueño el hombre vuelve a preguntarse por la muerte, la vejez y la enfermedad. Como Terencio, luego Quevedo y después Marx, se dice a sí mismo: “Nada humano me es ajeno”, y muy pronto comienza a roncar.
Tomado de https://morfemacero.com/
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