Los ejecutores de Maximiliano

Los ejecutores de Maximiliano

“De los ocho militares retratados por Peraire en 1867, sólo uno figuró en la historia posterior: Aureliano Blanquet, quien llegó a ser ministro de Victoriano Huerta. Se le achacó haber asesinado al diputado Serapio Rendón. A la caída de su jefe,...Tomado de https://morfemacero.com/

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Los ejecutores de Maximiliano 

Jorge Pech Casanova 

La lectura de Péguese mi lengua, la más reciente novela de Fernando Solana Olivares, junto con un video en YouTube del especialista en historia del arte Francisco Soriano, me llevó a indagar si algún fotógrafo estuvo presente en el Cerro de las Campanas para fijar el grupo que compusieron aquel 19 de junio de 1867 el emperador Maximiliano, sus dos generales más leales, los fusileros y el capitán que comandó el pelotón de fusilamiento. 

Péguese mi lengua es un fascinante relato sobre los hombres y las mujeres que se enfrentaron en México durante los tres años que Maximiliano de Habsburgo creyó ser emperador de México. Por su parte, el historiador Soriano reseña las versiones del cuadro La ejecución del Emperador Maximiliano, pintadas por Edouard Manet entre 1868 y 1869. 

Aunque se dice que Manet estudió fotografías del fusilamiento, al parecer no hubo cámara que captara ese dramático suceso. La fotografía se practicaba en México desde 1839; para 1867 era común que algunos fotógrafos llevaran y trajeran sus pesados aparatos por diferentes partes del país. Sin embargo, la autoridad prohibió que alguno de estos inconvenientes testigos se allegara al paredón en el Cerro de las Campanas. 

Hubo, sí, testigos presenciales del ajusticiamiento, además del pelotón y su oficial. Gente del pueblo y acaso algún artista que no tardó en realizar dibujos y litografías del fusilamiento. Esas imágenes no le bastaron al fotógrafo Auguste Peraire, quien se había establecido en la Ciudad de México en 1865, un año después de que Maximiliano y Carlota colocaran su inestable trono en la capital mexicana. 

Peraire ya había contribuido a desarrollar en México la fotografía construida desde el año en que se estableció en la capital, al publicar la copia fotográfica de una litografía que mostraba al emperador y su esposa arrodillados ante una aparición de la Virgen de Guadalupe. Había tratado de proyectar a la pareja como auténticos mexicanos mediante ese montaje de sus retratos con el de la guadalupana venerada en el país. 

Al tener noticia del fatal destino de Maximiliano, Miguel Miramón y Tomás Mejía, Peraire lamentó haber estado ausente del fúnebre sitio. Pero, recurriendo al montaje fotográfico, tomó retratos realizadas por Francois Aubert de los tres ejecutados, para colocar sus efigies en una imagen del paredón en la cima del cerro fatídico que el mismo Aubert tomó días después del fusilamiento. Además, Peraire añadió a la vista los retratos de un pelotón de fusileros, los únicos personajes de este drama que sí se tomaron una foto después de su decisiva tarea. Y lo hicieron en el estudio de Peraire. 

Gracias a ese retrato conocemos los rostros y nombres de siete ejecutores: Jesús Rodríguez, Marcial García, Ignacio Lerma, Máximo Valencia, Ángel Padilla, Carlos Quiñones, Aureliano Blanquet y el capitán Simón Montemayor. Además, tres de sus fusiles con sus respectivos nombres se conservan en la Sala de La Reforma del Museo Regional de El Obispado, en Monterrey. Al parecer, fueron preservados por orden de Mariano Escobedo, comandante de Querétaro, donde se llevó a cabo el ajusticiamiento.

Peraire se jugó la suerte al crear la falsa fotografía de Maximiliano y sus dos leales en el paredón. Tanto el gobierno francés como el mexicano proscribieron esas imágenes, motivo de resquemor para ambos. A Napoleón III le recordaban su traición a Maximiliano; a Juárez, la inclemente sentencia contra un miembro de la hermandad masónica. 

Manet, en Francia, recopiló imágenes prohibidas del fusilamiento. La composición de Peraire era de las más perseguidas. Hacía aparecer la ejecución como el sacrificio de un mártir, y a Napoleón (apodado “El pequeño” por Víctor Hugo) como un traidor. 

El futuro pintor impresionista, romántico en 1869, trató de reflejar en su cuadro la grandeza del fallido emperador, al que retrató sereno ante los fusiles, ataviado con un excesivo sombrero de charro. En las figuras rindió el pintor homenaje a un maestro parejamente objetable para sus compatriotas: el Goya de Los fusilamientos del 3 de mayo.

Manet era partidario del ejército de su país en este drama, pero como la mayoría de los franceses condenaba a Napoleón III por sus manejos tan aviesos como ruinosos y la traición contra Maximiliano, pues así veían el retiro del ejército que invadió México en 1864. 

Al pintar el cuadro, Manet se basó en las imágenes que pudo conseguir. Empleó el montaje fotográfico de Peraire, así como una litografía que se presentaba como la reproducción de una placa fotográfica y otras recreaciones de la ejecución. 

Las fotos prohibidas le costaron a Manet no sólo amenazas de cárcel, sino la censura de su obra, la cual no pudo mostrar ni siquiera en las reproducciones litográficas que mandó hacer cuando las galerías recibieron orden de no exhibir su pintura. 

La censura imperial no sólo atendió a la violación de la ley que implicaba tener esas fotografías de Maximiliano, sino a los símbolos que Manet impuso en su cuadro: el pelotón de fusileros y su oficial, investidos con el uniforme del ejército francés, en vez del mexicano; el sombrero de charro que luce el emperador; inclusive los curiosos que se asoman por sobre el paredón, pintados a la manera de Goya. 

Esa imaginería ofrece una lectura condenatoria para el monarca llamado por Víctor Hugo “Napoleón el pequeño”: el ejército francés había quitado la vida al Habsburgo, “mexicano auténtico” que afrontó su muerte con valentía ante un pueblo tan exaltado y doliente como el español, al cual masacró Napoleón I en 1808. De ahí que Manet elaboró tres versiones de su pintura, mientras la acomodaba a sus intenciones políticas. 

Auguste Peraire también fue reprobado en México por sus montajes sobre la muerte del emperador, pero perseveró hasta integrarse en 1867 al Álbum mexicano de tiempos de Maximiliano constituido por Philipe de Massa, un librito con pastas en cuero rojo repujado, que contiene dos litografías y 52 fotografías, 14 de ellas firmadas por Peraire. 

Ese álbum es una joya bibliográfica. Permite conocer los retratos que los principales personajes del drama mexicano se hicieron en vida: Maximiliano, el general Mejía, el general Miramón, los integrantes del pelotón de fusilamiento con su oficial, “el traidor” Miguel López que condujo a Maximiliano a rendirse, Benito Juárez, el sanguinario general Márquez, los generales Porfirio Díaz y Vicente Riva Palacio, inclusive José María Gutiérrez de Estrada y Jean-Baptiste Jecker, personajes secundarios de la intervención. 

De los ocho militares retratados por Peraire en 1867, sólo uno figuró en la historia posterior: Aureliano Blanquet, quien llegó a ser ministro de Victoriano Huerta. Se le achacó haber asesinado al diputado Serapio Rendón. A la caída de su jefe, Blanquet huyó a Cuba. Retornó a México en 1919 para apoyar una revuelta de Félix Díaz, sobrino de don Porfirio.

En Chavaxtla, Veracruz, halló la muerte Blanquet al caer su montura en una barranca mientras huía del general carrancista Guadalupe Sánchez. Con la orden de llevar una prueba de la muerte del cruel huertista, el oficial mandó cortar la cabeza del prófugo para llevarla a exhibir al puerto de Veracruz. El periódico local El Dictamen publicó una foto del despojo. Así, el círculo de muerte que Blanquet inició en el Cerro de las Campanas quedó concluido en Veracruz con una imagen de su rostro desfigurado.

Tomado de https://morfemacero.com/