Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
En su despacho gubernamental y luego en el presidencial, durante doce años, George W. Bush exhibió en su pared el retrato de un cuatrero a caballo perseguido por una turba para lincharlo. “Dubya” explicaba que era la imagen de un jinete metodista y añadía que el cuadro se titula A Charge to Keep (Un cargamento para conservarlo), que ilustra un himno del mismo título escrito por Charles Wesley en 1762.
El himno citado por el alcohólico regenerado existe y proviene de una frase bíblica, Levítico 8:35: “Conservad el cargamento del Señor para que no perezcáis”. Pero el cuadro no fue pintado con ese tema, sino para ilustrar en un número de 1916 del Evening Post el relato de William J. Neidig titulado “La lengua resbalosa”. Después, en 1918, la misma imagen sirvió para ilustrar en la Country Gentleman Magazine el relato de Ben Ames Williams “Un cargamento para conservarlo”.
Bush hijo describía a sus amigos esa obra de William Heinrich Detlev Körner como “la bella pintura de un jinete enfilándose con decisión por lo que parece un sendero difícil y empinado. Somos esto. Lo que añade completa vida a la pintura para mí es el mensaje de Charles Wesley, de que servimos a Uno mayor que nosotros”.
En 1999, poco antes de convertirse en presidente de los Estados Unidos, George Walker Bush decidió que debía escribir un libro con anécdotas sobre su vida y su desempeño como político. Por lo tanto, puso manos a la obra y… le encargó al autor fantasma Michael Herskowitz que escribiera su libro de memorias.
Herskowitz falló en el encargo porque al parecer en su versión enfatizaba las dificultades de G. W. Bush, como su fallido desempeño en el negocio petrolero, en el cual lo impulsó su padre, el presidente George W. H. Bush. Al final, “Dubya”, como fue conocido el desastroso presidente por su forma de pronunciar la W (dablyu, en inglés), encargó la escritura de su libro a Karen Hughes, su asesora de imagen de 1994 a 2007. En el mismo 1999 apareció A Charge to Keep, volumen en el que Bush relata desde sus años de universitario hasta los de su período en la gubernatura texana.
La pintura de Körner, por otra parte, fue una de las más de ochocientas ilustraciones sobre el Far West estadounidense que el pintor realizó para diversas revistas y publicaciones.
Durante la primera mitad del siglo XX, los estadounidenses se basaron en las ilustraciones de revistas y periódicos para construirse una imagen de sí mismos como nación. El ilustrador más famoso que nutrió la identidad de sus compatriotas fue Norman Rockwell (1894-1978), con sus coloridas idealizaciones del “estilo de vida americano”.
Körner, contemporáneo de Rockwell nacido en Prusia en 1878, llegó a Estados Unidos con su familia a sus tres años de edad. Comenzó a trabajar como ilustrador cuando tenía veinte años y colaboró en diferentes diarios hasta que el Saturday Evening Post lo contrató en 1919 para ilustrar artículos sobre el antiguo oeste. A partir de 1922 Körner se especializó en pinturas sobre el tema para libros y revistas. De dos mil ilustraciones que realizó, ochocientas fueron sobre la vida de colonizadores de la frontera y cowboys.
Durante el resto de su vida profesional, hasta 1935, Körner pintó cada semana al menos un óleo, un cabezal y una viñeta para diarios y para revistas prestigiadas como The Ladies’ Home Journal, Harper’s Magazine, McClure’s Magazine, American Magazine, Cosmopolitan y Redbook.
Una hemorragia cerebral en 1935 dejó a Körner inutilizado para pintar o dibujar los últimos tres años de su vida, hasta que falleció en 1938. Su trabajo, sin embargo, lo colocó entre los grandes recreadores de la vida en el Far West, junto a artistas como Frederic Remington, Charles M. Russell, Philip R. Goodwin y Harvey Dunn.
Además, el artista nacido en Prusia se convirtió en 1902 en el creador de las tiras cómicas de superhéroes con un ya olvidado personaje: Hugo Hércules. Debido a la poca variedad de sus argumentos, la historieta de Körner duró pocos meses. Su publicación semanal en el Chicago Tribune terminó en enero de 1903, con apenas diecisiete tiras. Sin embargo, es posible decir que este personaje de fuerza sobrehumana fue la base para historietas muy posteriores, como Superman, de Joe Schuster y Jerry Siegel.
En cuanto al cuadro de Körner preferido por “Dubya” Bush, éste se lo llevó al retirarse de la Oficina Oval, junto con otros que pidió prestados a museos de San Antonio y El Paso. No es difícil imaginar que nadie le aclaró nunca que aquel retrato que él creía de un predicador metodista era en realidad la escena de un cuatrero huyendo de sus linchadores.
En su presidencia, Bush hijo sostuvo no pocas creencias erróneas, como la del “arsenal nuclear” de Saddam Hussein, que le permitió cometer la desastrosa guerra de Iraq como represalia al atentado que derribó las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York. Con la misma errada convicción impuso el terrorismo de Estado en su administración.
Si William Heinrich Detlev Körner hubiese imaginado que su pintura serviría para inspirar al ex alcohólico convertido en metodista sus destructivas decisiones presidenciales, acaso habría enfatizado los detalles para identificar al cuatrero que dibujó. Pero en la fanática imaginación de “Dubya”, el abigeo se transformó en predicador cristiano.
La cultura popular estadounidense ha convertido en héroes a forajidos, desde el mercenario William Walker hasta Donald Trump, pasando por Billy The Kid, John Dillinger, J. Edgar Hoover o Jimmy Hoffa. En consecuencia, no es imposible que Bush hijo eligiese de cualquier forma convertir al cuatrero pintado por Körner en beato metodista.
En la tira cómica Hugo Hércules creada por Körner, el protagonista acometía actos menos heroicos que extravagantes: arrancaba el toldo de una casa para proteger de la lluvia a una mujer que pedía un taxi, levantaba en vilo un automóvil para que su conductor besara a su novia en un balcón, o paraba en seco un tranvía para que lo abordara otra mujer. En ocasiones, Hugo Hércules actuaba con negligencia destructora; por ejemplo, al demoler la pared de una bolera y descarrilar un tranvía en una jugada de bolos.
En personajes de comic, las acciones destructivas suelen ser paradójica virtud. Vuelven llamativos a sus perpetradores. Así, las destrucciones ordenadas por “Dubya” se publicitaron como actos de heroísmo. No importó si alentaron en dos países, Inglaterra y España, atentados de fanáticos islamistas en venganza por el apoyo prestado a la invasión de Iraq. No importó la destrucción de miles de vidas iraquíes durante los ocho años de esa guerra.
A Bush le importaba más borrar una imagen que el documentalista Michael Moore le restregó en 2004: su gesto de estupor y su inacción al recibir la noticia de que un segundo avión se había estrellado contra las Torres Gemelas el 9 de septiembre de 2001. El semblante azorado del presidente definía lo que fue su régimen de ocho años: una paralizante ineptitud.
Sin embargo, “Dubya” Bush dedicó el reto de su mandato a hacer creer al mundo que vengaba los atentados del 9/11. Sacrificó a tres naciones, además de la suya, e instauró en el mundo un protocolo paranoico que hasta la fecha perdura. Así, la sombra de aquellas torres devastadas aún intimida al mundo, a más de veinte años del oprobioso ataque.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
Lo Mejor de Nayarit 2025, un homenaje a la industria turística
Lo que se hace creer
El FBI devuelve a México un manuscrito de Hernán Cortés de 1527