Ta Megala
Fernando Solana Olivares
1.
El primer golpe escénico es un anuncio: traigo un discurso escrito, está en la mesa de cada uno de ustedes, pero no lo leeré. Así comienza Salinas, hablando un inglés impecable, aunque ligeramente acentuado. Con solvencia e ironía (“si hay vida después de la deuda”), con bromas ante un auditorio receptivo, delinea el horizonte de la modernización estructural del país. Su discurso responde a una nueva generación política, a las urgencias de una hora que suena en todas partes: otros puntos de referencia, instituciones, certezas, gobernantes. Un ligero y antiguo tic de angustia en la boca del diestro orador parece desmentirlo. Faltan meses para que deje el poder.
2.
En cuanto Salinas sale de su encuentro privado vuelve a ser seguido por quienes creen que su función en la gira es esa: pegaditos. Ex radicales, ex independientes, ex jóvenes: ellos, los de entonces, ya no son los mismos. Si se ha visto a las mejores mentes de otras generaciones buscando ansiosas la cercanía del poder, ¿por qué no a éstas, más pragmáticas y voraces, más resentidas?
3.
Mientras cena asado de reno guarnecido de papas y verduras y un helado de chocolate con naranja agridulce en un edificio de la plaza de Estocolmo donde corre el río Melaren encajonado entre riberas de piedra, Salinas propone un brindis por el éxito de su gobierno. Más tarde se negará a explorar la pregunta de otro comensal: ¿cuáles han sido sus dudas centrales, las zonas más frágiles, no calculadas de su régimen? No sabría decirle, contestará con una carcajada que los invitados harán suya. Detrás de él un hombre no se ríe. Nunca lo hace, nunca habla y siempre lo acompaña. La pregunta debió dirigírsele a él: es el torvo visir, el espejo oscuro, la sombra. Ha testificado hasta el gesto imperceptible y la desnuda intimidad. El drama ya está en curso. Tres pescadores ciegos aguardan a la orilla del helado fiordo del Mar del Norte. El coro griego canta el sacrificio.
4.
El barco de ruedas de molino navega entre inmensos animales acuáticos que lo doblan, lo triplican, lo tapan. En su cómodo salón un político holandés se dirige a Salinas con franqueza calvinista: me informan que la ley de su país no permite que usted continúe como presidente y que a mucha gente no le gusta esta disposición. Brillan los ojos de quienes están a la caza: olfatean nota en la perentoriedad del día que puede hacerse conmoción nacional. El grupo de periodistas abre libretas y alista plumas. Vendrá la aclaración impecable en lengua sibilina presidencial, aunque el colofón será de otro extranjero: sus leyes son una bendición de Dios. Salinas agradece el sutil agravio con toda serenidad. Su pequeño aspaviento queda fuera de todos los despachos informativos: nadie lo vio.
5.
Preocupados, los funcionarios revisan sus relojes a hurtadillas. El programa dice que a las diez de la mañana. Son las diez y cuatro y cuando alguno señala la hora a algún ayudante presidencial vuelven a ser las diez. Minutos después, diez con siete de la mañana, son otra vez las diez. A las diez con diez se congela el reloj: tiempo fuera en la gira presidencial. La reina holandesa que aguarda a Salinas, la reina naranja, aguarda con tranquilidad. Un auto negro se detiene ante la soberana y apresuradamente desciende el presidente. Al día siguiente se informa a todo el mundo: llegó a las diez.
6.
Uno las ve y ellas lo miran a uno. La primera es perfecta, vestida de breve y blanca lencería que se pega a su piel de durazno asiático. Es muy joven, casi virginal, y sostiene las miradas que se abisman en ella. No hace ningún movimiento lascivo porque no lo requiere, sólo se muestra intacta a través de la vidriera. Sublimes putas de Ámsterdam cuyo deseo paga la gira presidencial.
7.
El palacio de Lange Voorhout recibe a la comitiva. Por su puerta pasaron Casanova cuando era espía del rey francés, Mozart niño prodigio, Voltaire en el exilio, Diderot perseguido. Ahora lo hace Salinas para ver calaveras y fridaskhalos en su honor durante una fiesta con la colonia mexicana en Holanda. Las dos mujeres disfrazadas de viudas de Diego, quienes lo escoltan mientras va dando a todos el amable consejo de que regresen al nuevo país que él encabeza, simulan antígonas o parcas, una vieja y otra joven, contrapunto de la banalidad de quienes nunca debieron llegar al poder. Lo crudo y lo cocido. En las casas donde se teme dar órdenes a las criadas nacen los dictadores. ¿Quiénes nacen en las casas de la colonia Narvarte donde jugando los hijos las fusilan?
8.
El presidente pide a su esposa que abandone el salón después del saludo protocolario. El primer ministro holandés lleva con él a su pequeña hija. Salinas aprovecha la escena, está en situación. La niña se esconde molesta en el regazo del padre y suaviza el momento. Es un consumado actor este hombre que posa de inmediato compartiendo un aire paternal. La primera dama evaporada lo deja dueño del sofá. Quizá por ello gesticula un poco más de lo debido, como si perdiera el control y una parte de sí mismo no le creyera. Quien tampoco lo hace es la niña, cada vez más asustada por su proximidad.
9.
Un conspicuo intelectual no deja en paz a Salinas. Es claro para todos que el presidente lo sobrelleva, pero no para él, que aconseja planes de gobierno y medidas estratégicas en cuanto puede. Si Heidegger creyó poder manipular a Hitler, este hombre está convencido de tener que hacerlo con Salinas. Aunque algo conseguirá contándole del elegante empresario asistente a la gira que ante una talla colonial de Santa Lucía sosteniendo en un plato sus ojos arrancados para ofrecerlos al cielo le preguntó si la exposición era de cosas médicas: las agudas risotadas del señor, un mérito disputado sin piedad entre la intrigante corte de aduladores y bufones.
10.
La muerte deja su estela mientras un vapor exacto cruza la bahía. El mar de ahogados no muestra ningún cadáver, pero una lancha fúnebre con su dolida carga pasa en dirección contraria a este barco centenario. Salinas va a bordo y el capitán del fiordo escandinavo lleva el timón pleno de orgullo. ¿Cómo saber esa tarde que ya estaba en curso la gran novela posmoderna de las letras nacionales? Sólo que azules como acero y ligeras las ondas del mar lo dijeran.
Tomado de https://morfemacero.com/
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