septiembre 17, 2025
La función de la retórica

La función de la retórica

“Tal contención narrativa, una mirada en escorzo, lateral, equivale a la perplejidad ante las preguntas que no se responden pero se formulan. Esa es la función de la retórica: servir de recipiente, consistir en. Re-velar"....Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Consistencia: duración, estabilidad, solidez, trabazón, coherencia entre las partículas de una masa. Consistir: estribar, estar fundada una cosa en otra. Ser efecto de una causa. Estar y criarse una cosa en otra. Tener un todo determinadas partes. Definición etimológica: estribar, poseer como base, estar compuesto de. Del latín consistere: detenerse, resistir, persistir, existir (de con: cabalmente, y sistere: poner, detener).

       El tema elegido por Italo Calvino que nunca llegó a escribir para su sexta propuesta sobre este milenio fue la consistencia. Sólo se sabe que versaría sobre Bartleby, el escribiente de Herman Melville, un escritor del que Borges se conduele: “Padeció rigores y soledades que serían las arcillas de sus símbolos de sus alegorías”. La consistencia es algo que contiene otra cosa, y el narrador de la historia, los empleados, la inusual tolerancia de la oficina donde llega Bartleby, “uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas”, como quedará establecido desde el comienzo, contienen la presencia de algo más que no se muestra pero que se alude. Bartleby es narrado por otro que no sabe nada sobre él.

       El ambiente excepcional de la oficina consiste en que el patrón delega su ejercicio de autoridad en los empleados y así se quiebra una atmósfera convencional. Turkey y Nippers, amanuenses del despacho de quienes desconfiaba en la mañana, son llamados por la tarde para externar su opinión. Pero es sobre todo la simpatía del patrón por Bartleby lo que conduce a un dislocamiento: el de la autoridad que cambia su punto de vista y comprende, sustrayéndose de la decisión y aceptando lo que ocurre con pasividad, como si el acontecimiento fuera admirable porque sólo consiste en ser.

       En la tersura de la trama Bartleby consigue paradójicamente mostrarse a través de la invisibilidad, también una forma de la consistencia: el patrón exalta lo que cree su aplicación, su falta de vicios, su laboriosidad, su calma constante, su ecuanimidad. Menciona como la virtud principal del escribiente lo que después dará origen al conflicto: siempre estaba allí. Lo ha conseguido tácitamente. Y entre la amable identificación del lector con el patrón y lo que no se cuenta: ¿por qué Bartleby es así?, un efecto de agridulce comedia tiene lugar.

       El escribiente se apodera de la oficina. El patrón intenta ingresar un domingo y no puede. Desde adentro del despacho, Bartleby se disculpa por no poder abrirle: “Preferiría no recibirlo por el momento”, le dice. Pronuncia las palabras mántricas: “preferiría no hacerlo”, con lacónica determinación. La reacción del jefe es de compasión y lástima: “Su pobreza es grande, pero su soledad, qué terrible. Piensen”. La apelación a los lectores es un efecto estético. El patrón describe “los tranquilos misterios” del empleado, enigmáticos y ambiguos, siempre silencioso y con la mirada perdida, con “cierto aire de inconsciente, de descolorida altivez”.

        La descripción del empleado renuente lo define por negación y a la vez retrata al patrón mismo, en quien se despierta un sentimiento de lástima y melancolías sinceras. La compasión se convertirá en miedo cuando el misterio de Bartleby aumente y el patrón afirme que lo que el escribiente tiene enferma es el alma, a la que no puede llegar. ¿La consistencia es lo que está en el alma? Al alma no se puede llegar. 

       Bartleby nunca dice nada de sí. Existe por oposición, por su conducta anómala. Pero no hay nada directo que lo defina: las huellas de un hombre son su carnet de existencia y no hay ninguna historia conocida que lo determine. Pareciera que también el autor, Melville, prefiere no hacerlo. El patrón intenta hablar con él amistosamente y no lo consigue. Entonces se irrita y no sabe qué hacer ante esa consistente conducta ilógica:

       “—Prométame que dentro de un par de días se volverá un poco razonable —pide el patrón.

       “Por ahora prefiero no ser un poco razonable —fue su mansa y cadavérica respuesta”.

       Dos elementos opositores y a la vez consistentes están activos en la contestación del escribiente: negativa a la racionalidad mediante una cadavérica negativa y defensa de una elección personal por encima del sentido común. 

       Nippers se enoja e increpa al patrón. Éste le dice que prefiere que se retire, y cae en la cuenta de que ha dado ya en el uso de la palabra preferir: “Temblé pensando que la relación con Bartleby ya hubiera afectado seriamente mi estado mental”. El miedo a ser como el otro. No hay sí mismo sin otro, y la simpatía y tolerancia se convierten en similitud. Turkey sugiere que si Bartleby prefiriera tomar cerveza cambiaría su actitud. “Usted también ha adoptado esa palabra. ¿Cuál? Esa”.

       No la quiere pronunciar porque sutilmente convoca el desorden y el miedo. El peligro de la preferencia consiste en que decidir hacer lo que quiere hacerse conduce a la marginación de la excepcionalidad. Preferir consiste en algo más.

       Bartleby se niega a cumplir cualquier tarea. El patrón pregunta por qué y el escribiente inquiere si no ve la razón por él mismo. El patrón especula con una infección de la vista que aqueja al empleado renuente, pero después comprueba que no es así. No aparece la causa de su conducta, se muestra ella pero no su explicación. Si apareciera, el misterio del escribiente inmóvil perdería fuerza estética y valor metafórico. Un misterio revelado deja de serlo. ¿Lo conoce Melville, el patrón que narra la historia, el lector? No. Sólo lo sabe Bartleby y nunca lo dirá.

       Cuando Perrault cuenta en La bella durmiente que las hadas hacen dormir a todos diciendo solamente que las hadas hacen eso y más, emplea la facultad narrativa mencionada por Calvino de suprimir las explicaciones y así convocar imágenes en ausencia que serán completadas por la imaginación del escucha o lector. El cuento no lleva tiempo, puentes o dilataciones, y unas pocas palabras permiten aludirlo todo. No decir es otra forma de decir. Cuando Bartleby queda abandonado en la oficina ante la mudanza del despacho, el patrón lo describe “como la única columna de un templo en ruinas: quedó mudo y solitario, en el cuarto desierto”. 

       La parálisis del abandonado es consistente por y en la estratagema con que el patrón lo despide: “La belleza de mi procedimiento consistía en su perfecta serenidad”. Así el autor concluye una atmósfera narrativa dominada por lo no dicho, lo yacente, lo secreto, donde todo está pero no todo aparece.

       Tal contención narrativa, una mirada en escorzo, lateral, equivale a la perplejidad ante las preguntas que no se responden pero se formulan. Esa es la función de la retórica: servir de recipiente, consistir en. Re-velar.

Tomado de https://morfemacero.com/