Finalmente terminó la residencia de Madonna en la Ciudad de México y aquí depositamos todas nuestras ideas sobre el que se perfila a ser el mejor show del año en nuestro país.
Al escribir este texto me veo en la necesidad de hacerlo como lo que es: una serie de ideas sobre los que quizá sean los últimos conciertos en la carrera de la estrella Pop más grande de la historia contemporánea.
Madonna. Que ha vivido todas las vidas y decidió mostrarnos cómo lo hizo.
Ahora pretende expresarse como un ejemplo de perseverancia y resiliencia; sin embargo, al verla ahí, frente a más de 20 mil personas a sus 65 años, liderando una de las giras más espectaculares y ambiciosas de los últimos años, la sensación que deja es que estamos frente a una elegida… A una inflexión del destino para que todo lo demás sucediera.
Porque aunque es innegable que antes estuvieron las Donna Summer, las Aretha Franklin, las Patti Smith y las Stevie Nicks; y que después llegaron las Britney Spears, las Lady Gagas, las Beyonce y las Taylor Swift, Madonna es el puente cronológico que asentó el canon de lo que debe ser una figura Pop más allá del género musical en el que desempeñe.
Y a partir de ahí fue diva, osada, revolucionaria, altiva, controversial, problemática, desafiante, ingobernable y siempre enérgica.
¿Cómo explorar 40 años de historia artística?
The Celebration Tour fue, sobre todo, un show generoso y didáctico. Una narrativa que parte de la auto referencia para contar el orígen discursivo y estético de movimientos, corrientes e incluso nombres propios que resultan fundamentales para entender la historia contemporánea de la industria del espectáculo.
Porque entre 1983 y 2024 han pasado muchas cosas y Madonna se encarga de ser la narradora omnipresente, tomando solo lo que le corresponde y haciendo lo posible para que quienes la han acompañado tengan su momento de protagonismo.
Y quizá ese sea el mayor acierto de Madonna para esta gira que parece cerrar su trayectoria: entender que -aún siendo un ícono desde la individualidad- la Música es, en esencia, comunitaria.
Con esa premisa en mente, Celebration Tour nos ayuda a recordar que el underground propone y el mainstream consolida.
El club CBGB, el voguing y Jean Manuel Basquiat, por mencionar algunos ejemplos, tuvieron que pasar por los asegunes de la contracultura para poder hacerse de un lugar en la vida pública. Y Madonna lo reconoce, no desde la posición de salvadora sino como testigo directa de ese camino, que además, también repercutió directamente en el suyo.
Todas esas influencias terminaron por reflejarse en obras magnas como Like A Prayer, Erotica o Bedtime Stories.
Y esa es la otra gran virtud de esta gira: su capacidad de acoplar todos esos microrrelatos dentro de la gran historia al derrochar todos los recursos a disposición, incluidas las virtudes multidisciplinarias de Madonna.
Casi dos horas y media que mutan entre lo cinemático, lo teatral, el burlesque, el ballroom y lo que concebimos como un concierto “normal”.
De hecho, resultaría muy injusto omitir el tremendo trabajo de diseño de escenario y iluminación, anuado -claro- al de vestuario y puesta en escena, que en conjunto juegan con la ilusión de un espectáculo 360° que rompe la cuarta pared de manera constante, dándole a todas las secciones del público un momento para sentirse parte del momento.
Por otro lado, también es importante mencionar que el show llega a flaquear en dos elementos clave: uno de ejecución y otro de entendimiento de la audiencia.
Primero por la necesidad autoimpuesta por modernizar algunos de sus clásicos llevándolos al terreno del EDM, ya que dichos remixes contrastan de manera negativa con esta intención casi documental por enmarcar la vida y el entorno de Madonna.
El segundo, con los invitados de la recreación del Ballroom, que si bien acertaron con la presencia de Wendy Guevara y Salma Hayek, también se desperdiciaron con Guillermo (personaje cómico del late night de Jimmy Kimmel) y Alberto Guerra (actor estelar de la serie Narcos), quienes en realidad no tienen una conexión real con México, por lo que ambas oportunidades se sintieron desperdiciadas ante la relevancia de dichos momentos.
Hacia el final del concierto, Madonna muestra que nunca ha tenido miedo de enfrentarse a ninguna de sus decisiones ni a las consecuencias de sus posturas. Ese último tramo recapitula todas sus batallas (y controversias) y las dota de fuerza con una reflexión muy potente: “si sigo en este mundo, es por algo”, haciendo alusión a su crisis de salud más reciente y a la perdida de todos sus amigos a manos del VIH y del tiempo.
Con un homenaje bellísimo a Michael Jackson en el reconocimiento de ambos como la realeza máxima del Pop, el show entra a su último número, en el que podemos ver todas las facetas bajo la consigna “Bitch, I’m Madonna”.
Y así llega a su fin el Celebration Tour con una Madonna que emprende su batalla final contra el prejuicio: ese que da por hecho que la vejez debe vivirse solo bajo el yugo de la decadencia física y no desde el potencial que tiene la sabiduría solo brindada por el tiempo.
Sí, Madonna ya es una mujer prácticamente en la tercera edad a la que -como cualquier ser humano- se le nota que los años no pasan en vano; pero no por eso debe renunciar a los valores que la han llevado hasta ahí y que le celebramos a otros como Mick Jagger, por mencionar algunos.
Con el telón abajo, se cumple ese dicho que las leyendas viven por siempre… Y a lo largo de sus cuatro semanas en el Palacio de los Deportes, Madonna demostró que está más viva que nunca.
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Tomado de https://warp.la/
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