Ta Megala
Fernando Solana Olivares
Llovía, llovía, cómo llovía. Era una época compleja y Bruno Roger, hijo del conde de Foix, escapaba de la persecución de Anselmo Gui, el sombrío y poderoso inquisidor que decretara su captura en todo el territorio católico. El padre de Bruno, compañero de Ricardo Corazón de León en Tierra Santa, le había heredado sus dominios, ahora abandonados para escapar del largo y mortal brazo del fraile dominico Gui: toda la llanura de Toulouse hasta los Pirineos, gargantas y cascadas, solitarios pastos en la montaña sólo accesibles a los pastores y sus rebaños, donde se adoraba a Abelio, dios del sol de los antiguos.
El clima era un impedimento para seguir hacia el pueblo al que se dirigía, en poder de hermanos cátaros como él. Anhelaba vivamente sus prados caminando bajo esta lluvia que no paraba de caer. El barro del sendero le impedía continuar. Se acercó a una elevación de roca que tenía forma de techumbre para guarecerse. Notó que un hombre ovillado descansaba bajo su abrigo. Parecía dormir. Bruno estuvo de pie mucho tiempo mirando caer la lluvia, hasta que decidió yacer en un rincón. Entonces soñó que hablaba con un sujeto que lo que más deseaba en la vida era ver a un fantasma. Pobre de usted, le dijo, ¿nunca se ha visto al espejo? Usted es un fantasma, como tantos que deambulan por el mundo, espíritus encarnados, perecederos, que se disuelven así: ¡Puf! Y al decirlo se disolvió el hombre soñado que deseaba ver espectros. Después roncó. La porfiada lluvia continuaba.
El segundo sueño fue distinto: una voz le advertía que estaba soñando y le preguntaba si sabía con quién. Bruno respondía que no. Ten cuidado, le decían, alguien te está soñando, y si lo dejara de hacer, ¿qué pasaría? No lo sé, respondía él. Te apagarías como la flama de una vela. Después escuchó los ruidos sordos del hombre que descansaba bajo la saliente y siguió durmiendo.
El tercer sueño fue así: soñó que veía a la Muerte y ésta le hacía un gesto amenazante en el poblado del Languedoc, donde lo aguardaban sus protectores. ¿Y si el gesto hubiera sido de sorpresa? Se despertó asustado: le parecía que viajaba hacia el encuentro con su destino, pero eso era preferible a sufrir a los verdugos de Gui y sus torturas. Se sumió en reflexiones y recuerdos. Detrás de él veía su vida como una isla de la que los barcos se alejaban o como las gotas que caían. Estaba listo para la muerte, era un Perfecto y podía entrar a ella cantando como sus hermanos en las piras de Lavaur, Montpellier y Castres. Y sin embargo sentía agrietarse esa certeza de una poderosa fe para salvarse, antes que por una relación de causa y efecto entre lo hecho y lo vivido. Como era hoy sería mañana. ¿Debía o no ir a Languedoc?
Su vecino se incorporó. Era un hombre viejo, de cabello y barba enmarañados, vestido con harapos que no reducían sino realzaban una cierta dignidad.
—Usted es el hijo del conde de Foix, ¿no es así? —le preguntó al verlo.
Bruno salió de sus cavilaciones. La voz le resultaba conocida.
—¿Quién eres tú? —indagó a su vez.
El hombre rio antes de responder.
—Fui el pastor de los rebaños del Sabarthés en el condado de su padre. Me llamo Lupo, señor, y estoy a su disposición —explicó, tendiéndole la mano.
Debía llevar a otro pueblo el edicto de Gui con sus calumniosas acusaciones para que su gente lo conociera. Bruno hojeó el infame documento que ostentaba el sello de Gui.
—O nos destruyen o nos destruyen, ¿verdad? —Lupo guardó los ofensivos papeles y se quedó callado. Después dijo—: ¿Recuerda a Pedro Valdés en Lyon y su lectura pública del Nuevo Testamento? Usted era muy niño entonces. Ahí comenzó la conmoción: por toda la plaza se escuchó que la vida evangélica no aparecía contada por ningún lado, y Valdés ofreció su propia lectura, otro canon de gran belleza que nos abrió el camino hacia la luz. Pero nuestros enemigos quieren impedirlo. Gui va a ser más letal que esta lluvia, y nos perderemos en el recuerdo de los que vendrán. Morirá la nobla leyczon que hasta ayer todavía anunciaban los trovadores.
Bruno pensó de nuevo en los altos y verdes prados que dejara atrás. La nostalgia lo punzó.
—Saldremos victoriosos, Lupo. Debemos sobrevivir. Nosotros sabemos la verdad divina, ellos la ignoran. Lo que ahora ocurre cederá. Estos sólo son momentos de prueba. Nos han quitado nuestra vida pastoril y eso nos entristece.
Lupo volvió a reír.
—Con todo respeto, señor, no lo creo. Todas las cosas deben terminar. Las cosas no son ne variatur. Gui sólo es un agente designado para hacer lo indispensable. Nosotros los perfectos, los hermanos verticales, los pobres de Dios, desapareceremos. Es normal que así suceda. Sólo es un hecho.
—¿No quieres volver a tus prados y rebaños a celebrar con el sol? Espero que Gui no logre impedirlo. Es una intención de mi voluntad. Haré todo lo que pueda para recuperar lo que es nuestro, lo que nos protege. Quiero que otros también conozcan aquello que nosotros sabemos. Sólo así continuará nuestro linaje. Los perros dominicos no nos podrán derrotar.
El otro no lo creyó. Sus harapos brillaban bajo los tejos del sol que ya amanecía.
—Señor —dijo—, el agua no tiene forma alguna y quien flota en ella debe dejar que las corrientes vayan y vuelvan, irse al fondo de los remolinos y emerger con ellos siguiendo los caminos del agua sin pensar en él mismo. Así ha sido este corto veranillo de la herejía, como llaman a nuestras revelaciones los papistas. Ahora está por terminar. Pero lleva usted razón: los textos preservarán nuestra gaya ciencia para quienes vengan después. Al agua sólo le cabe el adjetivo de humilde porque ya dejó de llover. Dios lo guarde, señor.
Lupo partió en dirección contraria y Bruno siguió su difícil ascenso por las elevaciones cátaras. En un recodo del camino encontró a un caballero sentado al pie de un fresno. Era la Muerte, con la que había soñado.
—¿Por qué me hiciste un gesto de amenaza cuando soñé contigo? —le preguntó el viajero.
—No fue amenaza sino advertencia. He de tomarte esta tarde en Languedoc —contestó el espectro.
—¿No puedes esperar un poco? De todos modos me tendrás. Requiero ver antes a ciertas gentes, disponer ciertas cosas. Déjame hacerlo, y después —pidió Bruno.
—¿Qué más da lo que hagas, qué cambiará?
—Por una parte nada, por otra parte todo.
—¿Y qué ganaré si te lo concedo? El cuento no lleva tiempo: éste se acabó.
—Te haré una adivinanza. Si la respondes me iré contigo. Si no, me dejarás llegar a donde voy.
—De acuerdo.
—Si a la rosa la toca el mercurio, ¿qué queda?
La Muerte se mostró desconcertada y confesó no saberlo. Permitió a Bruno continuar su viaje. El camino era escarpado y fatigoso. Después de varias horas necesitó descansar. Una saliente solitaria lo protegió de la intemperie, cayó dormido y volvió a soñar tres veces.
Su primer sueño fue así: se encontraba con un hombre que cocía una sopa a la orilla de un río. Presa de un hambre repentina, Bruno tomaba la marmita y comía todo su contenido. El otro le reclamaba su voracidad. Él iba hacia el agua y orinaba los peces que había comido. En el segundo sueño se veía jugando ajedrez con el rey de un reino vecino, mientras su ejército y el de su adversario combatían. Bruno tiraba de un manotazo al tablero cuando el otro le daba jaque mate. Llegaba entonces un mensajero para informarle: “Has perdido tu reino. Te han derrotado”. En el tercer sueño veía de nuevo a la muerte esperándolo en un dintel de cascajo, quien con un gesto hacía aparecer ante sus ojos un pañuelo que se iba tejiendo con pequeñas perlas hasta quedar completo. La Muerte dijo: esto es lo que queda si a la rosa la toca el mercurio.
Cuando alcanzó las orillas del pueblo de Languedoc no rehuyó el encuentro. Supo que era inevitable. Antes de que se desprendiera de su cuerpo como de un traje, habló con ella. Lupo iba caminando a gran distancia de donde estaban, pero la Muerte le concedió una última mirada para verlo todo, aun eso. Y sintió entonces que su desprendimiento estaba determinado por la luz.
Ya no llueve. Ahora hay una irradiación que calcina esa sorpresa mortal que dura un instante, como calcina el cuerpo que Bruno abandona con un sofoco para dejar desamarrada la vida tras de sí.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
13 de septiembre, conmemoración de los Niños Héroes
Desfile del 16 de septiembre 2025: ruta, horario y dónde verlo
Activistas y medios mexicanos exigen proteger flotilla humanitaria a Gaza