Los conceptos y las ideas representan la realidad, pero, paradójicamente, tienen el poder de modificarla. Toda narración debe referir a la existencia y toda existencia encuentra sentido en las causas que le precedieron. La interpretación de un fenómeno está ligada a la comprensión de sus razones históricas.
En este año electoral, alrededor del 40% de la población mundial estará involucrada en procesos democráticos. Países como Estados Unidos, Brasil, México, El Salvador, Rusia, Turquía, etc., elegirán a sus gobernantes. Hay elecciones por todo el mundo, los discursos para persuadir al electorado abundan. Los candidatos intentan construir su credibilidad transmitiendo un mensaje que emocione a su audiencia. En la era de la postverdad y del hartazgo político, despertar pasiones y deseos es la única forma de ser tomado en cuenta por el pueblo.
Dos visiones se confrontan en la profunda crisis que viven las democracias liberales contemporáneas: la institucionalista y la disruptiva. La era de los bandos ideológicos ha sido superada, conceptos como derecha e izquierda han evolucionado de tal forma que se desvanecen entre una nueva complejidad de opciones. Hay libertarios conservadores, progresistas liberales, socialistas conservadores, capitalistas anárquicos, monarcas socialdemócratas… La verdadera confrontación está entre quienes intentan mejorar las instituciones que han permitido el equilibrio de libertades en las naciones y aquellos que predican su fracaso e intentan romperlo todo.
Los populismos pululan y acompañan a aquellos que quieren destruir las instituciones funcionales en su país. Con discursos anti sistemáticos, critican a todos los pertenecientes al establishment, su principal característica es que no fomentan el diálogo, al contrario, polarizan con la intención de arrebatar el poder e implantar ira en los ciudadanos. Por otra parte, están aquellos que aceptan las realidades complejas de sus naciones y su deuda histórica con la justicia, pero confían en la construcción de acuerdos y en el mejoramiento de las instituciones para superar los retos y las problemáticas sociales y económicas.
Los disruptivos han optado por dar una nueva perspectiva a la interpretación histórica de su situación. Andrés Manuel y su heredera Sheinbaum lo hacen difundiendo el concepto de la cuarta transformación. Su forma de ver la historia es diacrónica, intentan darles solución a todas las situaciones actuales con explicaciones pasadas. Se refugian en su interpretación de la historia mexicana ideologizada y se comparan con los grandes héroes de la nación como Hidalgo, Morelos, Juárez, Cárdenas, etc. En ese discurso, la oposición encarna al linaje de los opresores y villanos por excelencia: son herederos de Iturbide, Santa Ana, Díaz,etc. Toda su narrativa electoral se fundamenta en un diacronismo extremista en el que el presente tiene menos peso que el pasado. La solución a las problemáticas actuales la encuentran en versiones parciales de la historia mexicana. Llenar de significados vacíos la política y renombrar los sucesos históricos a su conveniencia ha sido la fórmula que Morena le ha recetado al pueblo mexicano. Alterar la percepción con mitos fundacionales les ha funcionado para evadir la realidad de un país que está desangrándose a causa del crimen organizado.
En cambio, los institucionalistas proponen una narrativa sincrónica, intentan darle vuelta al pasado para enfocarse en el presente. Su objetivo es buscar soluciones prácticas y eficientes para las problemáticas contemporáneas. Sin ensañarse en lo que pudo haber sido, aceptan los errores e intentan enmendarlos construyendo un mejor futuro. No manipulan la historia a su favor ni en su contra, intentan entender la complejidad de la realidad desde diversas perspectivas. Son conscientes de que no hay una receta mágica para construir un mejor futuro. Es curioso que el discurso de la candidata mexicana a la presidencia, Xóchitl Gálvez, se enfoca en tres ejes que representan las carencias actuales de la sociedad mexicana: vida (muertes), verdad (impunidad y corrupción) y libertad (abusos de poder y crimen organizado). La estrategia discursiva no se basa en lo que fue sino en lo que será. El discurso sincrónico trata de abstraer los temas más relevantes de la actualidad con la finalidad de fundamentar sus propuestas en ellos. El propósito de cualquier análisis sincrónico es estudiar las estructuras presentes para intentar obtener resultados futuros sin anclarse en las explicaciones pasadas.
La gran diferencia entre los disruptivos amantes de los discursos diacrónicos y los institucionalistas que analizan el presente sincrónicamente es que, los primeros critican todo lo existente desde una perspectiva pasada pero no proponen estrategias innovadores para superar esos estadios de injusticia y desigualdad, los segundos, en cambio, intentan dejar atrás el pasado –porque, en muchas ocasiones, no les favorece– para centrarse en investigar, dialogar y proponer soluciones que generen un desarrollo próspero.
Quiero recordarte, querido lector, que fundar una sociedad sobre la crítica negativa e histórica nunca será posible porque carece de una capacidad para visualizar la realidad sin prejuicios. La mejor opción es intentar construir un mejor futuro sanando las heridas de un pasado tormentoso. Trabajar con los pies en el presente para desarrollar mejoras a futuro da mayores posibilidades de verdaderos cambios. México está herido y cansado, la polarización desgasta más y edifica menos. ¡Necesitamos menos confrontación y más diálogos de alto nivel!
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