Ta Megala
Fernando Solana Olivares
“Fue otra noche de matanzas”, informó Saeed Moustafa, mientras desde los escombros de las ruinas se escuchaban los gritos de auxilio y los lamentos de los sepultados en ellos. Los incesantes bombardeos de la aviación sionista contra los campos de refugiados de Burejei y Nuseirat, donde además de los miles de condenados a vivir ahí desde hace años por la ocupación armada de sus tierras, otros miles de personas expulsadas de sus hogares ante los ataques judíos han buscado refugio y duermen a la intemperie bajo un frío intenso, perpetraron la carnicería. Ramin Abu Mosab, otro refugiado en ellos hace tantos años que ya no recuerda cuántos, ha decidido quedarse. No hay lugar alguno en Gaza a dónde ir: “La muerte está aquí y está allá. Es mejor morir en tu hogar”, dice, asumiendo la sangrienta precariedad como el último sitio que a su familia y a él les queda.
“La única señal de vida es el llamado de las campanas a una misa a la que nadie acudirá”, reporta Bel Trew desde Belén en Navidad. Ahora el sitio sagrado está vacío. No se colocó en la plaza central el gran árbol navideño acostumbrado cada año. Tampoco están a su alrededor los niños que habitualmente cantaban villancicos en árabe y en inglés. Los miles de visitantes de todo el mundo esta vez no llegaron. El feroz estado de sitio impuesto por el ejército israelí ha cerrado los puestos de revisión alrededor de Belén. “No podemos celebrar ante lo que sucede en Gaza”, explica el párroco griego ortodoxo de esa iglesia cuyo tañer de campanas no convoca a nadie esta noche. Los sacerdotes se han reunido en sus templos a orar por la paz. Un Nacimiento afuera de la Basílica de Belén está instalado entre escombros y rodeado por alambre de púas. Unos pocos lo contemplan desde una tristeza inocultable. Ante el bombardeo y la invasión sionista a Gaza más intensos de la historia sólo el dolor está presente. Un hombre mira el dramático pesebre con lágrimas en los ojos mientras murmura una pregunta: “¿Por qué, Dios, por qué?” En su fe desesperada no formula la verdadera interrogante: “¿Dónde estás, Dios?”
Hace años el pensador ruso Alexander Dugin —“comprender no significa perdonar sino derrotar con la Luz de la Verdad”— escribió que la diferencia entre la teología judía y la indoeuropea consiste en un forma de comprender el cosmos. El judaísmo ve el mundo como una creación alienada de Dios, “como un exilio, como un laberinto mecánico en el que vaga el pueblo elegido”, trazando así un abismo insalvable entre el Creador y la Creación. Las tradiciones indoeuropeas, en cambio, ven el cosmos como una realidad viva y vinculada directamente con Dios. Dugin sostuvo entonces que los judíos mantenían “el secreto de sus diferencias radicales respecto a otros pueblos”. Dicho secreto ha sido crudamente develado en el sangriento genocidio judío contra el pueblo palestino. Los no judíos, los goyim, sólo alcanzan consideración humana para los judíos al estar de su lado y justificar todas sus atrocidades.
“El proyecto de deshumanizar a los palestinos no comenzó con Netanyahu sino hace décadas”, afirma la escritora Arundhati Roy al recordar las atroces consecuencias de esa decisión en esta fatídica historia. Un 11 de septiembre de 1922 el gobierno británico proclamó por la fuerza un mandato en Palestina a pesar del tajante rechazo árabe. Quince años después Winston Churchill justificó la ocupación como el incuestionable derecho de una raza superior, más fuerte y cosmopolita. En 1969 la primera ministra israelí dijo: “Los palestinos no existen”. Su sucesor en el gobierno, Levi Scholl también negó su existencia hablando de una región desértica, subdesarrollada y vacía, habitada por algunos miles de no judíos, árabes y beduinos pero no por palestinos. Begin los llamó “bestias de dos piernas” y Shamir “chapulines para ser aplastados”. Hoy han sido calificados como “animales no humanos”. Sólo la existencia de dos estados en igualdad de condiciones mediante una solución no militar sino política, podrá terminar con los crímenes sionistas contra la humanidad financiados por Estados Unidos y la Unión Europea, esa la atroz masacre de niños, hombres, mujeres, ancianos inocentes que ocurre ante los ojos del mundo. De no ser así, “la arquitectura moral del liberalismo occidental dejará de existir”, escribe la autora.
Desde el 7 de octubre, cuando la vigilancia de las fronteras de Israel extrañamente se suspendió por varias horas y Hamás mató a mil 200 personas y capturó 240 rehenes, las represalias sionistas han sido desproporcionadas. Más de 20 mil palestinos, niños y mujeres en su gran mayoría, han sido asesinados. 85 por ciento de los 2.3 millones de residentes de la franja de Gaza fueron desplazados y están viviendo con cada vez menos agua, comida y servicios médicos. La infraestructura del pequeño país ha sido destruida. No hay electricidad, combustible o internet. Sólo va quedando el hambre, la sed, la intemperie, la muerte, el espanto, el horror.
Sudáfrica presentó una solicitud contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por sus actos “de carácter genocida”. El artículo II de la Convención de la ONU describe el genocidio como “un delito perpetrado con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Desde el comienzo del conflicto con Hamás, el ejército sionista israelí ha bombardeado la Franja de Gaza con más de 45.000 misiles y bombas cuyo peso es de más de 65.000 toneladas, según informa la agencia de prensa Shehab. Su poder de destrucción es mayor al peso y a la potencia de tres bombas nucleares como la lanzada sobre Hiroshima. Con ellas Israel ha atacado deliberadamente bloques residenciales enteros, hospitales, escuelas, mezquitas, parques y lugares de reunión, así como infraestructuras y servicios básicos. Pero Matthew Miller, portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, ante una pregunta expresa sobre la demanda contra Israel presentada por Sudáfrica, declaró: “El genocidio es una atrocidad terrible. Estas son acusaciones que no deben hacerse a la ligera. Y en lo que respecta a Estados Unidos, no estamos viendo ninguna acción en Palestina que constituya genocidio”. Lógica del lenguaje: no es que el genocidio contra el pueblo palestino con las armas provistas a Israel por Estados Unidos no ocurra, es que ellos no lo ven.
Titulares del infierno sionista desatado en Palestina: a) “Zona de muerte: la ONU describe la desesperante situación de un hospital en Gaza”. b) “No encuentro palabras lo suficientemente fuertes para expresar nuestra preocupación por lo que presenciamos, asevera el jefe de la OMS”. b) “Miles de desplazados de Gaza no encuentran refugio; acampan en las calles”. c) “Sentencia de muerte. Así reacciona el mundo al veto de Estados Unidos en la ONU sobre el alto al fuego en Gaza”. d) “Los países occidentales brindan apoyo incondicional al asesinato de niños en Gaza, acusa el premier turco Erdogan”. e) “La eurodiputada irlandesa Clare Daly llama Frau Genocidio a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, por su postura sobre el conflicto en Gaza”. f) “Israel responde a la acusación de genocidio en La Haya acusando a Sudáfrica de cooperar con una organización terrorista que pide la destrucción de Israel”.
Al anunciar hace unos días el número de soldados israelíes muertos en la invasión a la Franja de Gaza, el primer ministro judío Benjamin Netanyahu, visiblemente compungido, afirmó que el país paga “un alto precio por la guerra, pero que no hay otra opción que seguir luchando”. El número de soldados de Israel muertos hasta ahora es de 152.
La evidente anexión de Gaza por Israel y el genocidio y la expulsión de los palestinos los confirma una inmobiliaria judía especializada en el desarrollo de asentamientos que anuncia la construcción y venta de casas entre las ruinas de Gaza. “¡Una casa en la playa no es un sueño! Hemos comenzado a limpiar los escombros y a defendernos de los ocupantes ilegales”, afirman sus anuncios promocionales. Se habla de una media docena de asentamientos nuevos en la Franja. “Hagamos florecer el desierto”, dice el ministro de Finanzas judío refiriéndose a esas tierras. Bezalel Smotrich propone dejar no más de 200.000 palestinos en lugar de los dos millones que hasta el 7 de octubre vivían en ellas.
“Compra cuando hay sangre en las calles”, aconsejaba el fundador de la dinastía de los Rothschild, aquella que financió el ilegal asentamiento judío en Palestina. La secuencia de la voracidad capitalista ha escalado el negocio: armas, invasión, robo, venta. ¿La muerte de la gente? No hay tal. Los palestinos no son gente. El genocida se apropia de los bienes de sus víctimas. Las atrocidades que los judíos sufrieron a manos de los nazis, ahora las aplican a los palestinos. Su espantosa historia fue una lección demoniaca: hazles a otros más de lo que te hicieron a ti.
Tomado de https://morfemacero.com/
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