Treinta y un migrantes secuestrados en la carretera de Matamoros, entre los que se encuentran además de mexicanos, ecuatorianos, venezolanos, hondureños y colombianos.
El dolor parece que no tiene límites, la tragedia parece que es mucho más grande de lo que la imaginación permite, la realidad es dura.
Como si no fuera bastante tener que dejar tú país, tu Estado, tu hogar, como si no bastara tener que dejar todo para salvar la vida, para salir adelante, para tener comida, para seguir respirando, como si no fuera suficiente tanto dolor, cuando se emprende el camino hacia la esperanza, esta de golpe es arrancada y tirada al infierno.
La crueldad no tiene límites, los humanos somos tan poco humanos en ocasiones que es casi imposible reconocernos, el comercio del hombre por el hombre, la mercancía somos nosotros, pero para llegar a esta deshumanización se requieren muchos fracasos previos de las instituciones, de los estados, de los gobiernos y también de la sociedad.
Te tienes que ir, si te quedas vas a morir tú y tú familia, ese es el detonante para emprender el camino, sabiendo que incluso en el mismo camino es posible que mueras, es posible que te secuestren, es posible que te torturen, es posible que desaparezcas de la tierra.
Por otro lado, ¿que hay en la mente de una persona que toma a otra persona como mercancía?, que la vende, que la renta, que la intercambia, que le tiene menos piedad, menos consideración que a un animal.
El infierno está en el camino, el caminante ya no es Serrat, el caminante es un cordero que atraviesa un sendero lleno de lobos hambrientos que solo quieren devorarlo y antes de hacerlo venderlo y obtener alguna ganancia.
¿Cómo podemos revertir tanto dolor, tanto sufrimiento?, ¿cómo podemos cambiar esa visión de algunos mexicanos que venden a sus hermanos?, ¿cómo podemos ser un país de amor y no de dolor?
El infierno tendría que estar en nuestra mente, en nuestros sueños, en otro lado, en las películas, no tendría que estar en nuestro territorio, en nuestro amado México.
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