Poesía
Blanca Luz Pulido
Diurna
… y siempre me quedo
un poco más allá
o más acá del día.
Por la mañana,
su luz
me pierde en ensoñaciones.
Horas después,
la bisagra del mediodía
me muestra
el tiempo derramado
sin regreso.
Oh los días bellos,
ajenos y libres.
No saben nada
y todo lo conocen.
Matutina
El poema se abre con el día.
Estas líneas
que toman por sorpresa a la mañana,
sólo quieren
cantar la persistencia
de las cosas que acaso me protegen,
silenciosas:
algunos libros, la tarde que vendrá,
el río que me atraviesa,
la calma de la noche
que siempre me regala sueños.
Lo pequeño
Son cosas pequeñas
las que deciden la deriva de los mundos.
Gota a gota se acumulan
y elevan o aniquilan los paisajes.
Un giro en dirección equivocada
deshace un planeta,
animal que vive
de leves costumbres
y que por su ausencia muere.
Me rodean,
incesantes,
presagios donde el sol
nunca se pone
en un desierto de huesos calcinados.
Hoja
Qué es una hoja
qué es un bosque
un bosque está completo
dentro de una hoja
Entre las nervaduras
hay luz abriéndose paso
derecha izquierda
meandros infinitos
milímetros laboriosos
la mañana surge
la tarde se dibuja a sí misma
en sus delicados goznes
en sus arterias verdes
¿Es una hoja?
¿Nada más?
¿Dónde empieza, en la rama
prendida del árbol
ceñida al tronco
unido a la tierra
afirmadas sus raíces en lo oscuro?
¿O empieza en el tiempo,
hace millones de años,
la misma hoja circular, concéntrica
que todos somos, las nervaduras,
el verde respirándonos,
la tierra que somos
fuimos y seremos?
Sombría
En el estudio,
donde no prendo la luz
y dejo a la tarde hacerse noche,
los objetos sin color
empiezan a flotar
en la penumbra.
Indecisos vagan
en el aire denso
libros con papeles:
su vaguedad es un licor
que bebo agradecida.
Pienso en lo que no cumplí hoy
ni haré tal vez mañana.
En el desorden
respiro,
su oscuridad
me adormece.
Las horas de la noche
guardan en secreto
las claves de un orden
que se revela en sueños
y en vano quiero buscar
cuando amanece.
Arco en el aire
A Nezahualcóyotl
No para siempre aquí
(digo esto apenas,
repitiendo antiguos cantos,
y un viento que llega no sé de dónde
desdibuja mis líneas,
vuelve ceniza el tacto)
No para siempre en la tierra
(vuelvo la mirada:
la tierra se dispersa en polvo
donde antes montañas se elevaron)
Aunque sea de jade, se quiebra
(una vasija brillante rueda
entre cabezas, rota)
Aunque sea de oro, se rompe
(sepultados andan los sueños,
esperando al sol)
Aunque sea plumaje de quetzal, se desgarra
(sólo las aves cruzan
en medio del fin, alzan el vuelo
y algo dentro de mí
vuela con ellas)
¿Acaso de veras
se vive con raíz en la tierra?
(alto, en el cielo,
ser como las nubes
sin preguntas ni deseos)
Tendremos que desaparecer
(el paisaje, las flores,
los pájaros, el oro,
todo el jade y piedras,
plata, resplandores,
cada sueño,
sólo en la memoria, ay,
arco en el aire)
Nadie habrá de quedar
(la huella de los cantos,
los pétalos ya secos
se esparcen, ya no alegran)
No para siempre aquí
Viaje a la Luna
No iré a la Luna nunca.
Del lecho de sus mares secos
nunca tendré una mínima roca;
nunca sabré si pesan en mi mano
lo mismo que las
piedras de la Tierra.
Conozco los nombres
con que los astrónomos
han decidido bautizar
sus accidentes:
Mare Tranquillitatis,
Mare Cognitum,
Mare Vaporum,
Mare Serenitatis…
Yo en cambio, vería en ella
el Mar de la Inquietud,
la Llanura del Insomnio,
la Cordillera de los Sueños.
Sin boleto para el viaje,
soy un polizonte
de las naves espaciales;
conozco el Mar de la Serenidad,
el Cabo de las Sorpresas
y otros sitios que son mejores
en la Luna que aquí abajo.
Salto de la almohada
directo hacia ella,
y de cualquier segundo distraído
atrapado en las manecillas del reloj
también.
Lo que me transporta
no es de metal
ni requiere combustible.
Mis viajes no aparecen
en las noticias;
no alcanzarían una palabra
en el diario más ínfimo.
Muchos días me pierdo
en alguno de sus mares.
Aquí abajo
se quedan esperándome
justo donde aparezco,
ahí donde no estoy.
***
Hay libros que he perdido
porque huyeron a algún estante
de las vagas bibliotecas de la Luna
esperando mi llegada.
En mi pared hay un mapa de la Luna;
cerrando los ojos apunto a un sitio en él
y decido que un día he de nacer ahí.
Entonces
podría ver de lejos mi país
y mi barrio y mi calle,
árboles, el campo y las montañas
y a todos los humanos
que habitan el planeta.
Y diría:
“Qué hermosa se ve la Tierra desde lejos”.
Entonces tendría tiempo
para todo lo que
no puedo nunca hacer:
leer los libros
que esperan callados
en mis libreros;
siglos para pensar,
milenios para considerar
las hormigas, las aves,
las piedras
y la nada.
Azul y helada,
miraría
la lejana Tierra,
desde los desolados,
hermosos y secos
mares de la Luna.
Del libro Moonstruck / Lúnatica, Dark Light Publishing, Nueva York – México, 2023
Tomado de https://morfemacero.com/
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