septiembre 16, 2025

Homenaje a Borges (en el aniversario 124 de su nacimiento)

“Por hacernos ver que un hombre es todos los hombres; por habernos demostrado que Homero es inmortal y que en el Aleph cabe todo el Universo; por convertir sus ensayos, llenos de citas falsas, en algunos de los mejores relatos jamás...

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo 

Un poema más de los dones

Gracias, Maestro, por el humano laberinto de sus efectos y de sus causas, y por la diversidad de las criaturas que pueblan su singular universo; por la influencia de su literatura en Marechal, Sábato y Cortázar; por su amistad con Xul Solar y Manuel Mújica Laínez; porque Usted, amante de los teólogos y de los heresiarcas, se convirtió en el «Dios del laberinto», como lo llamó Claude Simon; por haber escrito sobre Cervantes: ‘contemplaría, hundido el sol, el ancho / campo en que dura un resplandor de cobre; / se creía olvidado, solo y pobre. / Sin saber de qué música era dueño / atravesando el fondo de algún sueño / por él ya andaban Don Quijote y Sancho»; por haber demostrado que Borges y Usted eran distintas personas, por lo que sus lectores tampoco sabemos quien escribió sus textos; por no haber ganado nunca el Nobel, uniéndose así al selecto club de los mejores que nunca lo recibieron: Tólstoi, Proust, Joyce, Nabokov, Musil, Kafka, Pessoa; por haber escrito, Usted, a quien sospechábamos ajeno o lejano de las pasiones del cuerpo: «Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach»; por haber creado el mundo ideal de Tlön y la vasta enciclopedia Orbis Tertius, que inició el asalto de ese mundo en nuestra realidad; por habernos enseñado que la novela de aventuras era más objetiva que la novela psicológica; por haber sido el mejor lector de Berkeley; por convertir a la ceguera en una manifestación de la ironía de Dios, que le dio a la vez los libros y la noche; por habernos demostrado que la metafísica era una rama de la literatura fantástica; por crear una Buenos Aires mítica, llena de calles de esquinas rosadas; por habernos recordado las metáforas de las sagas nórdicas y la música verbal del Beowulf; por haber dado a todos los lectores una nueva madurez, la de saber que su lectura era parte del texto, como lo demostró en «Pierre Menard, autor de El Quijote»; por sus torpes declaraciones políticas, tan criticadas, que sin embargo escondían su desprecio por la fealdad de la realidad y su confianza en la belleza del arte y de los sueños; por haber escrito «Por el amor, que nos permite ver a los otros como los ve la divinidad»; por convertir al Universo en una suerte de biblioteca, al mismo tiempo atroz y maravillosa; por haber imaginado a Funes el memorioso y recrear en su memoria cada instante, cada segundo y cada latido; por romper las nociones del Bien y del Mal y hacernos ver que Judas siguió siendo el discípulo predilecto; por jugar con el Tiempo hasta romperlo, fragmentarlo o detenerlo; por haber pedido a Marguerite Yourcenar, en Ginebra, que fuera a ver un departamento y se lo describiera; por afirmar que la cópula y los espejos son abominables, porque multiplican a los hombres; por habernos enseñado a ver a los tigres con un asombro nuevo; por hacernos ver que un hombre es todos los hombres; por habernos demostrado que Homero era inmortal y que en el Aleph cabe todo el Universo; por haber querido a Alfonso Reyes; por convertir sus ensayos, llenos de citas falsas, en algunos de los mejores relatos jamás escritos; por suponer que el infierno y el cielo sólo son el espacio donde se proyecta un rostro, que será, para los réprobos, Infierno, para los elegidos, Paraíso; por preguntarse lo que Dios imaginaba al mirar a Judá León, después de crear el Golem; por recordarnos a Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres; por la precisión infatigable de los prólogos que escribió a obras ajenas; por haber definido la amistad como un arte; por el amor que le tuvo a su madre, doña Leonor Acevedo de Borges; por los frutos de su amistad con Adolfo Bioy Casares; por las mujeres que amó y que le amaron; por su timidez y su discreta presencia; por su elegancia, virtud casi olvidada; por ser el más europeo de los escritores latinoamericanos y al mismo tiempo recordar a su patria, sentida en los jazmines o en una vieja espada; por soñar las épicas batallas en las que pelearon sus ancestros; por definir a la música como una misteriosa forma del tiempo; por su colección de bastones; por su amor por Schopenhauer y Spinoza; por amar las paradojas al grado de volverlas el punto de partida de su obra; porque su obra es en sí misma toda una literatura, con sus distintos géneros y sus distintos siglos, y al mismo tiempo es un laberinto y un espejo; por las miles de horas que miles de lectores le hemos dedicado, cómplices; por los íntimos dones que no enumera. Por todos esos dones, gracias, Maestro; gracias, Borges. 

Tomado de https://morfemacero.com/