septiembre 18, 2025

 Libreta de apuntes

“Borges, siguiendo libros ancestrales, fabuló la inquietante hipótesis de que nosotros somos soñados por otro, otros, o sencillamente que somos soñados. De ahí se desprende la extraña configuración del mundo y las recurrentes metáforas sobre el sueño y la vida, el...

TA MEGALA

Fernando Solana Olivares

Ella duerme. Mi mujer sueña ir subiendo en un elevador que de pronto se para y comienza a bajar. Las puertas del elevador se abren a una obra de teatro. Un actor alto, barbado y blanco le dice: “En la escena del tren se sale.” Tantas cosas hay en las cosas como misterios en la vida: ¿por qué soñamos, para qué soñamos lo que soñamos?

       Borges, siguiendo libros ancestrales, fabuló la inquietante hipótesis de que nosotros somos soñados por otro, por otros, o sencillamente que somos soñados. De ahí se desprende la extraña configuración del mundo y las recurrentes metáforas sobre el sueño y la vida, el sueño y la muerte, el sueño y la irrealidad.

Del otro hacer. Se cuenta una historia en la mesa: el santo y seña “¿Pa’qué?” Un maestro lleva a su grupo universitario de Biología Marina al mar. Es el viaje de graduación. Contrata a un lanchero y éste le pregunta si puede acompañarlo un amigo. El maestro acepta.

       Al día siguiente por la mañana el maestro, un pequeño grupo de alumnos, el lanchero y su amigo zarpan hacia mar abierto. Después de unos minutos de travesía, siempre hacia adelante, divisan un grupo de orcas a lo lejos. Sus grandes aletas surcan como navajas plateadas el mar sin medida.

       El maestro ordena adelantarse a ellas y encontrarlas más allá. “¿Pa’qué? Dile que no haga eso”, pide asustado el amigo al lanchero. También él lo está, pero la orden debe cumplirse. 

       Adelantan al grupo de grandes peces en movimiento forzando casi al máximo el motor. El piloto vislumbra lo peor y su acompañante también. Al fin la lancha queda enfilada frente al veloz y poderoso cardumen, creaturas de Poseidón.

       El maestro ordena apagar el motor. El piloto se desguanza y el amigo se rebela: “¿Pa’qué? Dile que no. ¿Pa’qué?” Seis alumnos con esnórquel entran al agua y pronto se encuentran con el grupo de orcas que pasa entre ellos eludiéndolos con destreza. Siguen su camino por debajo de la barca, las hembras más pequeñas con aletas de medialuna, los machos con la suya ligeramente doblada en la punta dado su gran tamaño, y desaparecen.

       La belleza, el milagro y el sinsentido. ¿Pa’qué?

Trátase de los hábitos. Los rizos hasídicos, esos bucles que nacen desde las sienes se llaman peyas. La tradición religiosa que los impone entre sus practicantes explica que se originan en una diferenciación: los gentiles se afeitaban esa parte de la cabeza, así que ellos decidieron ser distintos no haciéndolo. No es tanto la costumbre misma sino por qué comenzó. La naturaleza no hace nada en vano, pero los hábitos culturales sí.

Aquel aviso. Un hombre le envió un telegrama a su mujer: “Empieza a preocuparte. Los detalles después.” Ella se vio en un predicamento. ¿Debiera pensar que el mensaje era un equívoco, una paradoja o un juego de palabras? Él hombre nunca volvió. Lo rastrearon durante meses sin resultado y durante años no apareció. Hasta hace unos días, cuando sorpresivamente regresó a casa. No recobra plenamente la memoria y no ha podido explicar qué le pasó, aquellos detalles prometidos. Tampoco recuerda el telegrama.

Visiones poéticas. A veces, escribe el poeta, la infancia me manda una postal, se muestra de nuevo en un sabor, una sensación, un momento recordado. El tiempo de la memoria comienza a correr hacia atrás mientras uno envejece. Se olvida aquello que está inmediato, que recién sucedió, pero lo de antaño surge con frecuencia. Como si la vida diera la vuelta sobre sí misma en esas imágenes retrospectivas que la memoria impone a la mente. ¿Por qué esas y no otras? Un misterio. El pasado nunca desaparece, hay quien afirma que ni siquiera existe porque aún está aquí. Entonces el juego, según Borges, siempre Borges, es convertir el ultraje de los años en una música, en un rumor, en un símbolo. La prosodia le llama a eso envejecer con dignidad.

Consecuencias.  Para decirlo de manera kantiana: el uso privado de mi razón me permite ciertas posibilidades. Una de ellas es saber que Mozart escuchó en una tienda de Salzburgo aquella melodía compuesta por él mismo que cantaba un estornino (enigma secundario: ¿dónde la oyó?) cambiando ligeramente la composición al introducir en ella una nota natural. Mozart corrigió la pieza e incorporó una anotación en la partitura: “Así la canta el estornino.” O saber que los grajos pueden postergar su satisfacción inmediata porque dominan el arte de esperar. O que los cuervos esconden sus tesoros a la vista de quienes desconfían para probar su honestidad. O que las cornejas retienen en su pico como muestra de afecto el dedo del cuidador cuando lo dejan de ver por varios días. O que las parvadas de tordos son aleccionadas por conocimientos metafísicos secretos para realizar sus asombrosas coreografías. O que once-piñata-girasol es un acertijo cuya solución resulta inalcanzable. O que las águilas nunca claman por agua durante la sequía.

Tomado de https://morfemacero.com/