septiembre 15, 2025

Oda a la literatura francesa

“El siglo XIX tuvo dos soles: Flaubert, que cambió la historia de la novela, y Víctor Hugo, un alma grande que creó a Jean Valjean y al obispo Benvenido Myriel, mostrándonos que la empatía y la compasión deben ser parte de...

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

I. De Asterix y Obelix hasta Anne Hernaux 

Hace unos días se cumplió un año más de la Revolución francesa, lo que nos da la oportunidad de trazar para ustedes, queridos lectores de Morfemacero, una visión panorámica de una literatura que le ha dado tanto al mundo.

René Goscinny –el guionista– y Albert Uderzo –el dibujante– nos dieron una imagen de los antiguos galos, cuando existían la langue d’oïl y la langue d’oc y comenzaba a formarse la lengua francesa.

La literatura francesa comienza con la fábula del zorro Rénard y la aparición del primer novelista europeo, Chrétien de Troyes –autor de Tristán e Isolda y Perceval el Galo (llevada al cine por Eric Rohmer)–; sigue con los dos pilares de la literatura francesa: el maestro de la joie de vivre François Rabelais y sus gigantes Gargantúa y Pantagruel, y Michel de Montaigne, el creador del ensayo como género, cuya aguda melancolía nos sigue iluminando. En el Renacimiento andaba por allí François Villon, el primer poeta outsider: al haber matado a alguien, la justicia le perseguía y era casi «hombre muerto». Desde esa condición liminal, escribió El testamento y las Baladas, obras maestras.

En el siglo XVII tenemos a Corneille –quien recuperó la figura del Cid campeador–, a Racine que recreó a Fedra y a Andrómaca y al genial Molilère, cuya despiadada crítica a los médicos y a los tartufos le llevó al desprecio de los criticados y a la inmortalidad. Apareció por allí Cyrano de Bergerac, el primer escritor de las letras modernas de ficción científica, con sus magníficos Viaje al Sol y Viaje a la Luna –convertido en personaje de la obra de teatro de Rostand, dos siglos después–.

En el siglo XVIII Diderot, D’Alambert y Buffon escribieron la Enciclopedia, Voltaire defendió el derecho de cualquiera a opinar, Choderlos de Laclos nos enseñó que las relaciones amorosas son un peligro y el «divino marqués» –el marqués de Sade– se dedicó a provocar a las buenas conciencias desde una posición filosófica, que lo llevó a pasar parte de su vida en La Bastilla. La Revolución Francesa hizo nacer la Carta de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y, sin embargo, sobrevino el Terror, y Robespierre mandó decapitar a Olympe de Gouges, quien se había atrevido a escribir la Carta de los Derechos Humanos de la Mujer.

El siglo XIX tuvo dos soles: Flaubert, que cambió la historia de la novela, y Víctor Hugo, un alma grande que creó a Jean Valjean y al obispo Bienvenido Myriel, mostrándonos que la empatía y la compasión deben ser parte de nuestra humanidad. Zola creó la novela social con Germinal, Balzac competía con el Registro Civil y Stendhal tenía un ojo perspicaz sobre el amor y la guerra. Huysmans fue el primer decadente con su extraordinaria novela Al revés, y la trilogía de poetas Nérval, Baudelaire y Rimbaud transformaron la poesía para siempre mientras Alejandro Dumas creaba a Athos, Porthos, Aramís y D’Artagnan, y Julio Verne nos hacía viajar a mundos desconocidos.

En el siglo pasado, Marcel Proust escribió la mejor novela francesa de todos los tiempos, A la búsqueda del tiempo perdido, mostrándonos las «intermitencias del corazón» y que una magdalena y un té pueden romper las barreras del tiempo; Saint-Exupéry creó un cuento mágico y universal, El principito; Marguerite Yourcenar nos regaló las vidas noveladas de Adriano, Zenón y Natanael; Simone de Beauvoir puso las bases de la reivindidación de la mujer, para que deje de ser el segundo sexo; Camus, con su personaje Mersault, nos mostró que la vida, a veces, tiene momentos sin sentido; Génet y Céline nos mostraron el lado oscuro –paradoja: y a veces luminoso– de la vida; Michel Tournier nos regresó al mito con sus grandes novelas, Pascal Quignard es dueño de un preciocismo único y Houllebecq recupera la tradición de Sade para provocarnos con sus novelas repugnantes que nos fascinan. Así, hasta llegar a Anne Hernaux, que con bisturí hace una disección de su vida, como si ya fuera cadáver. 

II. Filósofos y artistas

Imposible no mencionar otras artes: a Auguste Rodin, el escultor que protegió a Rilke; a Cézanne y los demás impresionistas franceses, a Debussy, Ravel y Satie, a los filósofos, desde Descartes hasta Sartre y Foucault. Pero este ensayo está dedicado a las letras francesas. 

III. Un legado universal

Francia ha sido y seguirá siendo un referente, un tesoro vivo y un chorro de agua fresca. Celebremos la riqueza de su cultura, días después del 14 de julio, recordando el lema de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Vive la France! 

Tomado de https://morfemacero.com/