El miércoles pasado, se conmemoró el Día Mundial sin Tabaco en el cual desde 1987 la Organización Mundial de la Salud pretende concientizar sobre los efectos negativos que impactan a sus consumidores y enfatizar en el hecho de que la adicción al tabaco es “la principal epidemia prevenible a la que se enfrenta la comunidad sanitaria”.
Desde educación básica, recuerdo que se ha dado difusión de información puntual hasta programas de concientización sobre el uso de esta y otras sustancias y/o compuestos que pueden generar adicción; no obstante, aunque la información sea proporcionada a todas y todos, evidentemente, como ya lo hemos mencionado en más de una ocasión, el ambiente en el que cada individuo se desarrolle, influirá en su comportamiento, hábitos y salud integral, pero al mismo tiempo, como cada ser vivo, no existe un conjunto de circunstancias y factores que irremediablemente definan el destino de cada persona pero sí pueden influir hacia donde probablemente se inclinará la balanza.
El tabaco como tal proviene de plantas pertenecientes al género Nicotiana, consideradas nativas del Continente Americano; diversos estudios señalan a regiones que actualmente pertenecen a países como Perú y Ecuador como su origen y se cree que su cultivo dio comienzo alrededor de los años 5000 y 3000 antes de nuestra era.
Con respecto a su uso, el tabaco ha sido inhalado y fumado por medio de diversos instrumentos antes de llegar a la concepción del cigarro; además, ha sido empleado con fines alimenticios, medicinales, culturales y religiosos.
Desde el uso de pipas hasta la manufactura del cigarro como tal, los medios por los cuales se consume el tabaco han sido diversos y de acuerdo a varias fuentes, su consumo se incrementó de manera acelerada en el siglo XX y junto con ello un conjunto de afecciones en la salud humana.
Para el año de 1950 se publicaron los primeros estudios epidemiológicos en donde se hacía una asociación entre el consumo de tabaco y el cáncer de pulmón.
Aún recuerdo cuando era pequeño, los espectaculares que se encontraban distribuidos por toda la ciudad anunciando la marca de cigarros cuya imagen distintiva era un vaquero y de acuerdo al contexto de aquellos años, socialmente el fumar y la elección de (y/o la posibilidad de acceso a) una determinada marca de cigarros se asociaba con hombría y un cierto estatus social; sin embargo, ante el inminente surgimiento de evidencia científica que sustentaba los efectos adversos de su consumo, la promoción de marcas de cigarros se redujo casi abruptamente, de tal manera que, para tener conocimiento de su venta se requiere asistir a los establecimientos donde son adquiridos.
De acuerdo a Córdoba y Samitier, la cifra de muertes derivadas por el consumo de tabaco asciende a más de 5 millones (y ha ido aumentando) alrededor del mundo por año y que de dicha cantidad, alrededor del 1% es causada por los más de 600 aditivos que son incorporados en cada cigarro para potenciar la nicotina libre, mejorar las características organolépticas del producto y generar adicción. Dichos aditivos junto con la nicotina inducen en quien fuma frecuentemente, la síntesis de moléculas conocidas como especies reactivas de oxígeno, las cuales en exceso conducen a lo que se conoce como estrés oxidativo afectando a biomoléculas como los ácidos nucleicos y proteínas así como organelos como las mitocondrias y reprimiendo los mecanismos antioxidantes para finalmente causar la muerte celular.
Por otra parte, existen estudios recientes en los que se ha corroborado que incluso el consumo excesivo de tabaco puede alterar los mecanismos epigenéticos y por ende el cómo algunos genes se expresan.
No es fácil dejar una adicción, sin embargo, aunque sea poco a poco y día a día hay que ir tomando acciones para erradicarla y recurrir a ayuda de ser necesario, porque a final de cuentas, en lo que se refiere a adicciones ¿quién consume a quién?
Buen fin de semana.
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