‘2067’, disponible en Movistar+ y en alquiler en Filmin, arranca con una idea que lleva tiempo siendo un clásico de la ciencia-ficción: la humanidad está condenada pero llegan señales del futuro, así que enviemos a alguien para qué averigüe cómo salir de este callejón sin salida. En este caso, esa situación sin salida es la de un holocausto ecológico que nos ha dejado sin plantas y, por tanto, el oxígeno se está acabando.
Y la tecnología nos permite lanzar a alguien al futuro, pero no está del todo claro cómo traerlo de vuelta. Pero en una especie de ’12 monos’ a la inversa (no se trata de mandar a alguien al pasado para descubrir el origen de nuestras desgracias, sino al futuro, para averiguar cómo hemos sobrevivido), a un chaval se le adjudica esta misión. ¿Por qué? El único mensaje que tenemos desde el futuro es, precisamente, su nombre.
Esta idea es tan poderosa (400 años desde el futuro, alguien solicita la presencia de una persona muy, muy específica) que brilla en el corazón del argumento como un misterio casi irresoluble, y la película gira en torno a él. No daremos más detalles, salvo que nuestro héroe solicitado, por supuesto, viaja al futuro, pero la situación que encuentra allí es aún más desoladora e irresoluble que la que ha dejado atrás.
‘2067’ sabe que tiene una excelente idea en su núcleo y a veces se despreocupa de otras cuestiones, como darle una lógica rigurosa a los viajes en el tiempo. Objetos que viajan en la corriente temporal (¿cómo llega al pasado esa flor?), la imposibilidad nunca justificada de crear más máquinas del tiempo, la extraña relación entre los protagonistas… claves que funcionan mientras el espectador no piense mucho en ellas, y que se sostienen gracias al excelente misterio del mensaje del futuro (redondeado por un tétrico descubrimiento nada más llegar a ese mundo del porvenir).
Futuros imperfectos
El responsable de esta simpática y modesta aventura para salvar el destino de la humanidad es Seth Larney, que tras una película tailandesa de artes marciales, ‘Tombiruo’, y una extensa carrera como responsable de efectos digitales en Hollywood, ha viajado a Nueva Zelanda para dirigir esta ‘2067’. En su reparto destacan Kodi Smit-McPhee (al que recordamos sobre todo por papeles infantiles como el niño de ‘La carretera’ o el remake americano de ‘Déjame entrar’) y Ryan Kwanten (‘True Blood’), que soportan solos y casi exclusivamente el peso de la trama.
Por desgracia, ninguno de los dos tiene la suficiente presencia como para mantener el interés del espectador durante todo el film. El guión refuerza este problema con diálogos no siempre atinados ni verosímiles y una estructura argumental mucho más endeble de lo que aparenta. El problema clave de todo ello, uno muy habitual: Larney quiere que empaticemos con un personaje que antepone la resolución de sus daddy issues y de una historia de amor de la que sabemos poco a -nada menos que- el futuro de la raza humana.
El resultado final, sin embargo, es más que consistente, y todo gracias a los continuos detalles brillantes que puntúan el relato. La idea de tener que «lanzar» al futuro al viajero, como si la máquina fuera un cañón, o el retrato de ribetes cyberpunk de ese futuro cercano donde se comercia con el oxígeno, o en general, innumerabless aspectos de ambientación que sugieren un mundo complejo con pocos elementos. En el futuro lejano, los escenarios a menudo se solventan con efectos especiales dignos de películas mucho más ambiciosas y que dejan bien clara la experiencia de Larney en el terreno.
‘2067’ tiene unos cuantos problemas en su ejecución, quizás derivados muchos de ellos de tomarse demasiado en serio a sí misma: la machacona insistencia con la que nos vende que el protagonista es un mesías y su pocha intrahistoria traumática juegan en su contra, supongo que para desesperación de Larney. Con todo, los detalles positivos son más que suficientes y los devotos de las distopías, los apocalipsis y los viajes en el tiempo encontrarán una buena ración de detalles de interés.
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